Dado que quienes me rodean no me comprenden y jamás lo harán, dejo por escrito el suceso que creí que me traería nuevamente la paz a mi mente y mi cuerpo, aunque eso implique saber que en un futuro cercano por mis venas recorrerá un líquido que me hará descansar por completo, entraré en un sueño mágico del cual nadie me podrá despertar y por más que fuese posible, no es lo que deseo. Estoy completamente sola, como debí haberlo estado desde un principio, las falacias que creí, serían mi felicidad, no fueron más que mentiras, un vil engaño al cual yo misma me predispuse para convencerme de lo contrario.
Todo comenzó cuando Daniel y yo nos conocimos, en ese entonces yo tenía 20 y él 22; su sonrisa me encandiló por completo. Él se intentaba acercar a mi haciendo sus bromas, su sentido del humor siempre fue un punto a favor. Si bien a mi me encantaba, temía que fuese una más de su lista de trofeos conquistados, así que me contuve durante casi un año y no di el brazo a torcer. Sus intentos iban siendo cada vez más meticulosos, hasta que después de idas y vueltas accedí a salir con él. Al principio sus palabras no me convencieron del todo así que lo puse a prueba, prometí que si podía estar conmigo durante un tiempo sin pretender otra cosa más que acostarse conmigo entonces podríamos pensar en algo serio. Yo era una niña tonta que todavía creía en los cuentos de hadas, el príncipe azul y el amor eterno.
Las cosas fueron muy bien, no rompió su promesa en lo absoluto y comenzamos una relación formal. Me mimaba siempre que podría y pasó a ser la luz que me iluminaba. Para cuando cumplí 23 nos fuimos a vivir juntos a un pequeño departamento alejado del centro de la ciudad; ni a él ni a mí nos agradaba el bullicio de la sociedad. Al año siguiente quedé embarazada… tenía pánico de darle la noticia; una noche tomé todo el coraje que pude y se lo conté. Su expresión fue de una sorpresa inimaginable, quedó con la boca abierta durante unos instantes, luego se relajó un poco y sonrió, me abrazó y ambos comenzamos a llorar. Sus palabras en ese momento fueron “Vamos a tener un campeón en la familia”.
Cinco o seis meses después tuvimos que ir a hacer los chequeos de rutina, yo había engordado bastante y me veía completamente desastrosa, por más que Daniel me consolaba diciendo que él me veía igual que siempre. En ese momento la doctora nos preguntó si queríamos saber el sexo de la criatura, “Sí, aunque ya sabemos que es varón” – respondimos -. Ella giró el aparato para un lado y para el otro y luego de unos momentos nos dijo “Papis, parece que se equivocaron. Es una nena”. Fue en ese instante en que nos miramos con Daniel confundidos, como si hubiese un error, algo no estaba bien.
Tres meses después, efectivamente di a luz a una niña a la que llamamos Ludmila. Daniel entró en la habitación donde me encontraba, miró a la beba y dijo “Es una nena”, lo único que pude decirle fue “Lo siento”. Sé que a partir de ese momento hubo un punto de inflexión, el lazo que nos unía había comenzado a resquebrajarse.
Los meses consecuentes fueron muy duros, cada día que pasaba, cada minuto que transcurría sentía que Daniel se alejaba un paso más de mí, sus caricias eran cada vez menos frecuentes, sus ojos habían perdido el brillo particular que los caracterizaban. Y yo sabía cuál era el motivo de esa distancia que comenzaba a notarse entre nosotros dos.
Día tras día me reprochaba mi incapacidad de no haberle podido dar un varón como queríamos; cada día que pasaba estaba más segura de que si me deshacía de nuestra hija las cosas cambiarían, todo volvería a ser como antes, podríamos empezar de nuevo, intentarlo otra vez.
Fueron días angustiosos para mí; mientras alimentaba al fruto de mis entrañas estaba alimentando la razón por la cual mi infelicidad se acrecentaba. Tomé una decisión, quizás la más importante de mi vida, no iba a permitir que algo o alguien se interpusiera entre mi felicidad y yo.
Una tarde decidí que mi hija tomaría un baño; la llevé conmigo hacia el cuarto, abrí el grifo de agua caliente y el de la fría, logrando de esa manera la temperatura ideal, coloqué el tapón y esperé a que la tina se llenara hasta un poco más de la mitad, comencé a desvestir a Ludmila, que empezó a llorar a los gritos, unos gritos tan agudos que me perforaban los tímpanos y aceleraban mi exaltación. Una vez que la introduje dentro de la tina fue como si mi inconsciente tomara posesión de mí, sé que ella se fue deslizando suavemente por mis brazos, pataleaba y se movía fervientemente, cerré los ojos casi instintivamente al tiempo que sentía los alaridos opacados por el agua tibia y cristalina. Como si por un lapso temporal hubiese perdido la memoria me vi de pronto en la cocina terminando de fumar un cigarrillo; el reloj marcaba las 13:37 y un silencio profundo invadía toda la casa.
Cuando me percaté de lo que había sucedido vacié la tina por completo y tomé lo que quedaba de la bebé, al poco tiempo llegó Daniel y no pasó mucho tiempo para que lo que tenía que suceder sucediera. Lo miré y le dije “Ahora podemos empezar de nuevo, como cuando nos conocimos”; él no contestó.
Hoy es el día de la madre… y todavía no ha venido ninguna visita a verme.
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