Es imperceptible a los ojos de la mayoría, y aquella minoría que lo sabe reconocer mira para otro lado, se distrae, indiferente, lo transforma en cotidianeidad aburrida.
Pero el deseo va mucho más allá y trasciende la frontera de la realidad, de lo consciente. Y muta en una especie de masa que se atora entre la garganta y el pecho cuando tiende a quemarse solo. Como un ave fénix, renace de sus propias cenizas y continúa su búsqueda incansable, algo que lo satisfaga, aunque más no sea... efímeramente.
El deseo es caprichoso y sumiso, tierno y hostil, un sin fin de paradojas incomprensibles; se autoabastece de su propio sudor, intenta calcular todas las variantes y posibilidades que tiene de salir victorioso, como en una partida de ajedrez.
Tiene un ejército a su disposición; su mariscal es la picardía, y sus peones las palabras... total masacrar palabras no cuesta mucho más que una cachetada o una negativa. Se desenvuelve mejor durante la noche, en donde la oscuridad le extiende su mano y lo oculta, lo camufla para no ser tan evidente. Sus corceles de guerra se lanzan al ataque una y otra vez, incansables, son los sacrificados de las batallas. A veces, estratégicamente, otras, de forma muy estúpida.
Intenta planificar hasta el más mínimo de los detalles, nada puede escaparse a sus garras... perfeccionista del arte de saborear, sus victorias son recordadas por siempre en el inconsciente.
Es un animal feroz capaz de arrasar con cualquier muralla, su dolor sólo lo hace más fuerte, aunque aparente ser tan frágil y vulnerable como el pétalo de una flor.
Héroe bastante particular que pasa la mayor parte del tiempo escondiéndose, no sin dar a saber de su presencia. Se oculta debajo de los sentidos, de la piel; su insomnio lo obliga a deambular puentes de aliento. Su instinto natural le permite viajar encubierto entre fragancias y melodías... busca constantemente una presa digna, ante la cual pueda sucumbir.
El deseo se encuentra encadenado por los grilletes de la cordura y la razón, que lo vigilan de manera permanente... creen que acorralarlo hará que su fuerza cese; pobres ilusos.
Su afán por degustar de la delicadeza y la sensualidad hicieron de este vagabundo inmortal un arquitecto del placer y el buen gusto. Incandescentes son sus pensamientos, tanto que lo derriten al imaginarse aplicándolos temerosamente sobre la carne tibia que yace en un mar de algodón, y que retuerce y contrae hasta el más minucioso músculo.
Desenfreno y Locura son invitados de honor en sus majestuosos rituales, equilibran y sosiegan el vendaval provocado por uno de sus parientes más cercanos, Pasión.
Una mirada... algo tan simple como una mirada cálida es lo que anhela y ansía. Algo tan digno de él como para atreverse a sonrojarse, a esbozar una sonrisa de rendición; y una caricia suave que le permita descansar en paz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario