lunes, 22 de septiembre de 2014

Bar del tiempo

Sentado en el bar "El Olvido", donde los aventureros no se animan siquiera a mirar a las camareras por temor a un "¡No!" contundente, alzo la mirada y ojeo el panorama.

Nada alentador se avecina, tampoco se aleja ningún alma de figura bonita; sin embargo, el murmullo entreverado de la multitud teje historias enlazadas que apasionadamente oigo y visualizo en mi mente. "Pero me dejó por esa putita del gimnasio" decía con impotencia la pendeja de la barra mientras jugaba con su vaso; "...vos fumá, que a este hijo de puta lo encuentran en una zanja mañana y nadie va a saber que pasó" se interceptaba desde más cerca por el flaco trajeado con la cicatriz en la cara; "¿De dónde sos? ¿Cuántos años tenés? ¿Estudiás o trabajás?" acosaba el inmaduro de la punta a una minita que ni lo miraba.

Todos espectros condenados a pasar la eternidad repitiendo sus errores, hasta que sean lo suficientemente audaces como para darse cuenta que la hora no pasa o aprendan y se sacrifiquen.

Repentinamente un rostro ligeramente familiar me llama la atención, entre la oscuridad y el tumulto de fantasmas no lo llego a reconocer, intento poner más atención, quiero descifrar quien es ese ente... de pronto gira su cabeza y entrecruzamos nuestras miradas, se funde una niebla espesa alrededor, la electricidad que emanan los ojos se va haciendo menos intensa hasta perderse en la nada.

Trato de levantarme pero los efectos del vodka son muy fuertes, no me lo permiten, me tumban cual patovica matón. Se acerca una diablita y me trae un vaso de agua, "Lo invita el señor de aquella mesa" aclara; mordisquea sus labios levemente y me ofrece un deseo.

Adentrándome en el infinito la música se torna más densa y temblorosa, casi se podría decir que tímida. Desfila por delante de mí un batallón de carne asándose en su jugo, mordiéndose, lamiéndose y quemándose. Miedo y Dolor me ayudan a ponerme de pie, siempre están dándome una mano cuando lo necesito.

La intriga me puede más y cruzo esa carretera de epilépticos en crisis y psicóticos; necesito averiguar quién está ahí; distingo su rostro nuevamente, ahora ligeramente diferente, más maduro y egocéntrico, también más serio.

Continúo implacable, lo voy perdiendo por momentos; algún mozo estúpido se trastabilla conmigo y me retrasa, o vagabundos ebrios me confunden con alguno de sus amigos. A medida que me voy acercando a mi destino, mi corazón late más y más fuerte, y ese rostro que persigo continúa mutando, no obstante lo reconozco, por más que su pelo haya cambiado de color y esté más blanco.

Avanzo unos pasos más, unas sombras me cierran el paso, las aparto bruscamente... ¡Maldición! ahora le cambió la piel, se ve menos tersa, más pálida. Cautivo de la desesperación me apresuro para poder develar mis dudas; y de pronto... un espejo refleja la imagen de un anciano que se olvidó de sí mismo.

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