Las agujas del reloj prontas a encontrarse en dirección norte a punto de indicar que la medianoche se aproxima redoblan la tensión del ambiente. Los pesados segundos que retumban y hacen eco con cada tic y tac aumentan la ansiedad… la expectativa para que algo insólito suceda.
En el exterior, una inmensa nube negra se aproxima a gran velocidad; el clima cálido empieza a tornarse un poco más agresivo… la débil ventisca de hace unos minutos muta y pasa a convertirse en brisa agitada, unos segundos más tarde, la metamorfosis concluye en un arrasador viento gélido que revolea todo lo que se encuentra a su paso.
Con la mirada fija en el segundero del reloj, la impaciencia carcome las entrañas… llega por fin la hora indicada, los campanazos que anuncian la medianoche retumban en las paredes de la sala de estar. La luz tenue del ambiente crea un clímax ideal para la malevolencia.
Al terminar el último estruendo del reloj, éste se detiene por completo; un silencio sórdido se apodera de la escena… el viento cesa espontáneamente… se oyen voces que provienen del más allá del espejo principal. La luz se va extinguiendo poco a poco a medida que los llantos y alaridos cobran fuerza.
Se abre lentamente la pesada puerta que se encuentra al final de la escalera, en el primer piso, emitiendo un chirrido que eriza la piel y pone los nervios de punta… de su interior se precipitan intensas llamas, el calor abruma los sentidos y produce un efecto casi asfixiante. El hedor a azufre se filtra por las fosas nasales provocando náuseas.
Los espejos comienzan a golpearse, como si en su interior se encontraran atrapados entes, quizás, personas. Una bruma intensa inunda el lugar, desciende por las escaleras y toma posesión de la sala… se dirige la mirada al espejo principal, que comienza a deformarse; en éste no se refleja absolutamente nada, ni siquiera el propio reflejo, como si estuviera hueco o hubiera perdido sus propiedades refractivas que nos muestran la realidad.
Un relámpago inoportuno sobresalta los sentidos… acto seguido, los vidrios y espejos estallan en miles de pequeños y afilados trozos. Por la puerta del primer piso se hace presente una sombra entre las sombras, una silueta entre las tinieblas… se aprecian entonces dos ojos completamente vivos, de llamas ardientes por fuego, un fuego tan intenso y avasallante que derrite las ideas más impetuosas. Se desliza como flotando y se detiene en la mitad de la escalera; se visualiza ahora una boca y una nariz que intentan darle forma a un rostro.
El destello que emiten sus labios es encandilante, todo se va desarmando de repente, como un gran rompecabezas, bloques y bloques de materia se desintegran al unísono… hasta que solamente queda el reflejo incierto de nuestra naturaleza desnuda, ardiendo entre las llamas.
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