Se ladraban palabras inconclusas, metáforas de un dialecto desconocido, nunca antes presentado al oído humano. Y descarnaban los huesos y la piel de lo inimaginable. Espejismos tricolores se avivaban en la hoguera del desconcierto y un blues lloroso envolvía el ambiente.
Todo se debió a los angelitos antropófagos que actuaban, protagonizando su papel despiadadamente real. El rey sin corona, sentado en el piso veía el espectáculo y se reía del dolor ajeno; de la carne devorada mientras la sangre, aun tibia, caía sutilmente por entre los dedos.
Los bufones hambrientos ocultaban sus ganas de hincarle los dientes a un par de diablitas. Haciendo piruetas extravagantes se rompían el cuello contra el suelo de manera extraordinaria. Cada tanto se oía el "crack" de alguno de ellos, que instantáneamente era aspirado por algún adicto de la soledad oculto entre las sombras.
Manías de los corderos desatados que se dejaban cercenar algún miembro a cambio de un deleite sexual extraordinario. Algo que nunca hubiesen visto antes y que les diera demasiado miedo intentar practicar... debido a eso, sus ojos eran la última ración de su porción.
Los alfiles se dedicaban a correr por los pasillos diagonales de las mazmorras, con alfileres en sus manos que se les clavaban cada vez que trastabillaban. Cuando eso sucedía se levantaban en silencio y unos ayudantes etéreos recolectaban las lágrimas que manaban de la cuenca de sus ojos vacíos; las colocaban en recipientes de cristal parecidos a tubos de ensayo que cuando se llenaban servían como ingrediente para la sopa del cocinero.
Las sirvientas llevaban todas un bonito vestido negro, ajustado en la cintura y dejaban al descubierto parte de sus pechos y su vagina. Éstas poseían pequeños y afilados dientes, y eran capaces de seducir por la dulzura de sus labios al besarlas y de cortar y engullir en su cavidad cada vez que cualquiera se propusiese avanzar más allá. De más está decir que valía la pena la pérdida de lo que se introdujese allí.
El ala oeste estaba protegida por los guardianes de la ignorancia y si eso pareciera poco, la puerta que había que atravesar se encontraba cerrada con una llave desconocida que era invisible a los ojos de los desertores, por lo que nadie nunca conoció su forma.
El príncipe caprichoso ordenaba a todos jugar a la escondida y él se ocultaba en las tinieblas, a quienes lo encontraban los mandaba a degollar para luego beber de sus cráneos hasta embriagarse y a los que no lo hallaban, los mandaba a ahogar en el río del silencio.
Sin duda alguna la estadía era atractiva aunque un poco cara... no obstante, el precio siempre se podía arreglar, ya que cuanto más tiempo se permaneciera allí, menos valía el ingreso.
Hay veces que lo placentero y excitante tiene un precio alto de pagar. Yo en lo particular si tengo que pagar en euros muy dispuesta estoy de pasar mi C.C
ResponderBorrarGracias por el comentario. Todo precio depende desde el punto de vista que se lo mire. Me encantaría saber que es "C.C"
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