Las gotas de llovizna van precipitándose rápidamente e impactan en el concreto liso formando pequeños cauces de algo que luego serán grandes torrentes de agua, mientras tanto, el filo de los tacones chasquea con cada paso que doy marcando surcos en la acera húmeda. Mi andar es lento y puntilloso como debe ser, no hay que salir huyendo de un poco de agua que no derrite.
Las luces de los faroles van formando sombras en las paredes que mutan con los movimientos de mi andar; cual felino escurridizo me muevo de un sitio a otro evaluando las miradas, los ojos de los que se zambullen en la noche. Luego de un tiempo una se va dando cuenta, vas aprendiendo siempre un poco más y puedes notar como las retinas en la oscuridad brillan más de lo común; son como finas dagas que van atravesando el panorama en busca de lo que se desea. Se tiene que aprender a esquivar dichas miradas o, al menos, a poder hacerles frente; una vez que se posan sobre el exacto lugar en donde estás, puede que te conviertas en presa o depredador.
Extraigo de mi bolso un cigarrillo rubio, lo enciendo y dejo que el mismo humo actúe como una cortina, ocultándome detrás de ella. LA incertidumbre que genera ver unos labios rojos exhalando una bocanada de humo es uno de los delitos mejor pagos. Sin importarme absolutamente nada ni nadie continúo mi camino, evadiendo sagazmente las propuestas indecorosas.
Las gotas siguen cayendo y el maquillaje comienza a derramarse lentamente. Se desliza por mis mejillas como la cera de una vela derritiéndose, va dejando la marca de color negra hasta que cae y se pierde en el vacío. No me importa en lo absoluto, sé que quienes se me acercan no es precisamente mi rostro lo que les importa, al menos no en su totalidad.
Los autos van y vienen por la calle, uno de cada dos de ellos aminoran la marcha al pasar delante de mí. Eso es lo que pretendo. El tiempo transcurre muy lento; miro el reloj que llevo en mi muñeca y las agujas recién apuntan las 2:30 AM. ¡Ah! Agujas... en estos precisos momentos debe de haber al menos veinte conocidos que deben estar inyectándose algo o deben estar volando mientras sus cuerpos sirven como alimento y receptáculo de millones de espermatozoides. Yo, en cambio, estoy bien despierta y lúcida, no me van del todo esos viajes extravagantes.
Enciendo otro cigarrillo, el sabor mentolado me refresca la boca y la garganta. Una brisa suave me toma por arrebato y me acaricia por debajo de la falda, se escurre por entre mis piernas y palpa mi sexo, así, sin aviso previo. La llovizna que hasta hace unos momentos era leve aumenta su agresividad, caen fuertes gotones, me caen en los hombros y en el torso y ruedan por el borde de mi escote, abarcando mis tetas en su totalidad. No reniego del clima, es mucho mejor amante que unos cuantos imbéciles precoces.
Sigo caminando hasta la esquina y cuando estoy a punto de llegar mi tren de la alegría me hace juego de luces... espera a que el semáforo cambie de color y estaciona donde yo estoy. Sin mediar palabra ni precio me pide que suba, y ahí voy... nuevamente a alimentar un sueño ajeno, como tantas otras noches.
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