Fue un día en que el cielo lloraba sus penas y los alaridos se hacían oír cada tanto, una noche que no prometía ser muy distinta a tantas otras… cada cierto rato el resplandecer de los gemidos y la agonía del majestuoso cielo cubierto por un manto de densas y negras nubes se teñía de blanco pálido; casi sepulcral era el silencio que proseguía dicho malestar.
Una noche como cualquier otra, como tantas otras que habré sobrevivido se me hizo especial… a decir verdad me tomó desprovisto en el cenit de mi estupidez juvenil, y mis ojos quedaron obnubilados al verla al otro extremo de la habitación… no estoy seguro de lo que pasó por mi mente en aquellos momentos, quizás fue sólo un efecto de luz provocado por la convulsión masiva de los allí presentes, que se ensimismaban los unos a los otros como en estado de celo o algo similar; pero de entre esa marea de carne bamboleándose sin sentido, ella estaba quieta, completamente inmóvil, solamente sus labios parecían balancearse mientras hablaba apaciblemente.
Recuerdo que fue siquiera un mísero instante, pero que duró casi una eternidad, el tiempo parecióse haberse detenido estrepitosamente y pude contemplarla sin olvidar ni siquiera la más minúscula partícula de su perfección… Detalles, sería muy complicado entrar en los detalles cuando se está abstraído mirando el interior de un ser tan imponente e inocente al mismo tiempo… pero sí, recuerdo hasta el más mísero y puntilloso detalle de aquella velada. Con su cabello liso y negro como el azabache llegándole hasta un poco más debajo de los hombros, una sutil remera de una banda de rock pasada de moda que se le adhería al cuerpo como si fuese parte de ella; unos delicados y minúsculos colgantes bordeaban su cuello y brillaban con los reflejos de las luces, no más que sus preciosos dientes perlados que pude apreciar en una fugaz sonrisa que libró al viento, mezclándola con una sonrisa ajustada que le marcó un pequeño hoyuelo en la mejilla… sus labios estaban desprovistos de labial que los cubriera, y aun así envidié el sorbo que dio en un vaso, en cuya superficie de vidrio quedó su marca. Su mirada era particular, expresiva, dominante, en la que me perdí por completo cuando me lanzó un anzuelo con el rabillo del ojo; fue fugaz, pero fue al fin. En las muñecas llevaba cintas de diversos colores fluorescentes, que resaltaban en la oscuridad y me hipnotizaban por completo, hasta alcanzar las extremidades de sus dedos delicados… cierta joya de madera cubría el meñique, un toque de frescura que completaba su elegancia.
Al irme acercando lentamente tuve más suerte y su piel rozó casi accidentalmente con la mía… por un instante descreí que existiera tal suavidad, cuales copos de algodón tibio le recubrían el cuerpo, y sentí una electricidad que me paralizó por completo. Sus caderas en unos jeans ajustados comenzaban a menearse de un lado al otro, libremente, sin remordimientos por el extravío mental que estaba causando en mi cabeza.
Fue en el preciso instante en que nos presentaron y me saludó con un beso dulce en la mejilla, en donde perdí el raciocinio por completo… no podía dejar de admirarla, con sus polainas negras y sus Topper blancas hubiera creído que así debía ser el paraíso, estaba seguro, completamente seguro.
Luego de aquella noche me convertí en un ser sin otro motivo para existir que no fuese saborear la miel de sus labios, la calidez de sus caricias y oír la dulzura de su voz…
Como era de esperarse, una serie de sucesos desafortunados para mí me hicieron esperar ansiosamente, devorando cada segundo que no la tenía a mi lado, no sin darle a conocer que las intenciones más puras brotan de un ingenuo como yo. El tiempo se hizo marea, los días tempestad, y cada segundo que transcurría era una posibilidad más para recordar nuestro encuentro, y saber que quizás nunca estaríamos juntos.
Larga fue la espera… hasta que un día, ya casi abatido por mis ilusiones en vano, una nueva oportunidad se presentó; ella estaba encantadora como de costumbre; yo, por otra parte, me había convertido en un estropajo de la angustia y el dolor de los sueños marchitos… Una vez más estábamos cara a cara, mirándonos fijamente y tratando de ocultar lo evidente. Cuatro penosas y hermosas horas pasamos juntos, y todavía sin poderle decir lo que mi silencio gritaba con toda su fuerza… esa noche se diluyó como agua entre los dedos, su risa me llenaba de vigor, aunque por otra parte quería dejar de sufrir por un sueño roto… y llegó el momento de la despedida, y abatido por la incertidumbre me negué a decir adiós con un beso en sus labios… lástima; de haber sabido que ese hubiera sido el comienzo de una historia fantástica, me habría aferrado a su boca y no la hubiera dejado partir jamás.
Después de aquella madrugada ya nunca más la volví a ver…
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