jueves, 18 de septiembre de 2014

La celda

El tiempo se inmiscuía entre pensamientos e ideas, se abría paso ante cada contradicción que mi consciencia pronunciaba. Cada vez que inhalaba un poco de oxígeno, el cerebro creaba una imagen nueva, una sensación diferente a la anterior... así estuve durante largo rato; el reflejo de las calles que se escurría por la ventana tomaba formas sin sentido por momentos, en otros, dibujaba una sonrisa en la pared, o unos dedos acariciándome a través de la moqueta.

La brisa ingresaba apaciblemente, casi como dando un abrazo de consuelo y una palmada en la espalda. El eco del silencio en la noche perpetraba los oídos de quienes descansaban, mas torturaba los de aquellos que nos hallábamos en vigilia.

Fragancias clandestinas se esparcían por el ambiente, inundaban la habitación de un perfume ámbar gris, exótico, exquisito. La transpiración de las paredes fluía continuamente como el cauce de un río, lejos de extinguirse, pero con una fuerza casi nula.

El resonar de los segundos retumbaba constantemente, por momentos casi imperceptible, por otros, como un martillo que desataba su furia contra los tímpanos y el cráneo.

Allá, por las esquinas de oscuridad y los huecos del yeso, se percibía la presencia de invasores etéreos; que se aparecían como sombras atrapadas en las tinieblas y se desvanecían súbitamente en la nada. Acechaban, constataban que la quietud del universo no se alterara, ansiosos por darse a conocer, emitían risas en voz baja, para que las mentes débiles notaran la compañía y desesperaran lentamente.

Los ojos opacos de estos demonios no reflejaban la luz, y sus deformes dientes en esas sonrisas macabras de sus bocas desproporcionadas transmitían un gélido escalofrío.

Fugaces, se movían constantemente, aprovechando el anonimato de la negrura; sus pisadas se hacían notar; imposible obviar la presencia de esos espectros nocturnos.

Ante tales circunstancias los brotes psicóticos o paranoicos son frecuentes, y hasta diría, obligados. Es que el sincronismo de los tics y los tacs con los latidos del corazón se perdían a medida que lo desconocido se iba adueñando del lugar, hasta que el miedo paralizaba los huesos, imposibilitando una huida fugaz, o quizás un brinco heroico por la ventana hacia el universo paralelo.

De pronto más cerca, luego más lejos... por un flanco, por el otro, sobre uno, a nuestro lado... las quisquillosas risas aumentaban el nivel de histeria.

Una repentina gotera de tibia y viscosa sangre se dejaba caer por el techo, recorría la piel lentamente, como si fuese una lágrima artificial que nacía del concreto para entremezclarse con la carne. La densidad del oxígeno se hacía cada instante más espesa, a tal punto de provocar asfixia.

Nostalgia y desesperación pronto se hicieron sentir presentes, dueños de aquella situación; una escena ideal que los mostraba como protagonistas. Por debajo de la piel y casi llegando a los huesos, la parálisis era inminente... las voces de la multitud que merodeaba la sala fue elevándose lentamente, convirtiéndose en un murmullo colectivo que erizaba los tejidos... una cascada de sudor comenzaba su caudal en los poros del cuero cabelludo, siguiendo por la frente y el mentón hasta perderse en el suelo.

En ese preciso momento fue que los ojos se vieron obligados a clausurar y debieron bajar los párpados; presionados fuertemente. Débiles súplicas bosquejaban los labios ilusos, como si una fuerza divina pudiera hacer un milagro.

Oí entonces las garras de sus patas clavándose por la pared en dirección hacia donde me encontraba, inmóvil como una piedra, incapaz de realizar movimiento alguno... a unos poco centímetros de distancia, el andar se detuvo estrepitosamente... la voz mórbida de un espectro susurró sobre mi tembloroso oído, su aliento ácido provocó un escalofrío y sus palabras, espasmos compulsivos, casi convulsionados; abrí los ojos, y miré en el espejo que se hallaba frente a mí, mas éste no devolvió imagen alguna... sólo el reflejo de la habitación a oscuras.

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