martes, 9 de septiembre de 2014

El placer de morir

La muchacha sollozaba y pedía clemencia, sus mejillas, invadidas por un río turbio de lágrimas, rogaba por ser perdonada… A ciegas en un cuarto con la luz tenue, la joven llevaba poco ropaje, las mínimas prendas para ocultar su pudor; esbelta en cada centímetro de su cuerpo, unos labios rosados, brillantes y delicados, sus mejillas levemente rojizas, el cabello largo y sedoso le llegaba hasta la mitad de la espalda.

Sus súplicas resonaban en un tono muy bajo, casi musitándolo, pero aun así, la melodiosa voz que poseía, hacía eco en las paredes. Cualquiera hubiese sucumbido a tan vehementes plegarias; se podría decir que todo ser humano, todo hombre, hubiera quitado la venda de los ojos de aquella joven; aquella joven que atravesaba sus últimos momentos de adolescencia, su último momento de inocencia… que estaba condenada a perder su virginidad para convertirse en una mujer.

La melodiosa voz resonaba en cada hueco de la habitación… atada de pies y manos a cada esquina de una cama inmensa nada podía hacer, los grilletes que la contenían se hallaban firmemente ajustados. El silencio prontamente se hizo cargo de la escena, una voz masculina, firme y dulce susurró “Tranquila, esto no dolerá”.

La incertidumbre de la joven la hizo calmarse por unos instantes… fue entonces, cuando sintió en la planta de su pie derecho, la textura de algo muy suave que le recorría, sintió por un breve lapso cosquillas, aunque los nervios, que se habían apoderado de ella, la devolvieron a una postura de alerta, a la defensiva, como un gato cuando se siente en peligro.

El objeto suave al tacto recorrió la planta de su pie, luego, cada uno de los dedos del mismo, minuciosamente, en busca de algo en particular… al cabo de unos pocos minutos, sintió la misma sensación por su otro pie. La voz masculina que oía, tarareaba una melodía desconocida, como quien se encuentra haciendo algo a gusto.

Pasados unos instantes, las lágrimas de la chiquilla se secaron, sus músculos tensionados, ahora comenzaban a relajarse, lenta, muy lentamente. El objeto, que ella suponía manipulaba el hombre que estuviese allí, zigzagueó unos momentos y comenzó a acariciar sus pantorrillas… ella estaba segura de que no eran yemas de dedos, debía ser algo muy sutil. El sollozo cesó, convirtiéndose ahora en intriga pura; su cuerpo estaba siendo acariciado por algo desconocido, que generaba una sensación extraña, un cosquilleo histérico, entremezcla de placer y pudor.

Su piel, inevitablemente comenzó a erizarse, a medida que sus muslos iban siendo invadidos… el temor se apoderó rápidamente de ella, imaginándose lo peor, teniendo en cuenta la trayectoria del objeto; intentó emitir sonido de reprobación, pero se dio cuenta de que su ropa interior inferior, ni siquiera había sido tocada. Se quedó desconcertada al sentir la textura delicada, ahora por sus caderas y su vientre. Le resultó inevitable esbozar una pequeña carcajada al llegar al ombligo… el temor se había transformado en goce.

La voz masculina tarareando, se oía más y más cerca… se hizo una pausa, el bretel que contenía la prenda sobre sus pequeños senos, había sido desabotonado… sonrojada al saber que sus inocentes pechos se encontraban expuestos, aunque por otro lado, el subconsciente jugaba su mano y esto le parecía excitante. El tarareo continuó, pero no hubo sensación alguna, inquieta por la incertidumbre, intentó moverse, en vano, nada pudo hacer; sintió como suavemente sus senos eran recorridos por ese objeto inquietante; inevitable fue luchar contra la naturaleza, la sangre que le corría por las venas estaba haciendo ebullición, y ahora, sus pezones se encontraban duros y firmes, sin quererlo, sin desearlo… o tal vez sí.

Oyó el tarareo musitando en su oído derecho, acompañado de na respiración profunda y suave. La suavidad recorrió su cuello y finalizó en sus labios; la joven, sin decir una sola palabra, suspiró profundamente, el color de su piel se había teñido de un color anaranjado o rojizo. “¿Te gusta?”, sintió el susurro en su oreja; ella asintió con la cabeza.

La muchacha rápidamente comenzó a suplicar, pero esta vez, pedía más de lo que había saboreado recientemente. Su ropa interior que cubría la entrepierna, fue extirpada con dos cortes tajantes, y en menos de dos segundos, ella estaba ahí, completamente expuesta, completamente dispuesta. Los labios del hombre se unieron a los de ella, quién no opuso resistencia… al mismo tiempo, intentó entrecruzar los muslos; sin quererlo, de las entrañas efervescentes de la joven un elixir divino brotó con la delicadeza de un manantial que recorre las rocas… el líquido humedeció rápidamente las sábanas… su excitación se acrecentaba, y su respiración aumentaba vertiginosamente.

“No, por favor, junto con mi virginidad se perderá su vida”, replicó la muchacha en un tono sumiso y casi desvanecida… momentos después, sintió al hombre que acariciaba con su miembro los labios de su vagina húmeda y tibia, su clítoris se hallaba duro como una piedra y delicado como un fruto maduro… sus gemidos no le permitían hablar, emitir otro sonido… advertir.

Suavemente el miembro fue ingresando poco a poco, y abriendo las paredes de sus órganos sexuales. Los gemidos de la joven eran a cada instante más apasionados, más llenos de lujuria; no podía pensar en otra cosa que no fuese el placer inmenso que sentía en esos momentos; las estocadas eran cada vez más profundas y aceleradas. “No… por… favor… sino…”, la respiración se le entrecortaba; “¡Ay!… ¡más!… ¡más!…”, sus senos eran devorados como fruta jugosa, todo su vientre se movía al ritmo de las estocadas… ella estalló en un exquisito orgasmo, él continuó.

“Deténgase… por favor… no sabes…” y sus arterias se volvían a llenar de vigor, de deseo. Su rosada vagina, completamente mojada, se contraía y expandía con el vaivén de los movimientos. Las últimas estocadas, particularmente violentas y desenfrenadas… sintió la esencia del hombre que inundaba su interior.

“Pe… pero… ¿Qué me está pasando?” exclamó él, y unos segundos después cayó fulminado junto a la joven; su cabello se había caído por completo, su cuerpo, reducido a pura piel y huesos.1




1 Según las leyendas medievales occidentales los súcubos son demonios que toman la forma de mujeres atractivas para seducir a los varones, introduciéndose en sus sueños y fantasías. En general son mujeres de gran sensualidad, y de una extrema belleza incandescente.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario